Vivir del arte es posible

Entrevistamos a Martin Ron, uno de los muralistas más importantes del mundo. Nos cuenta como logró la transición desde las paredes de caseros a sus gigantescas obras alrededor del mundo. Por Florencia Borrilli

“No creo que si alguien se destaca en algo tenga que ver con un don o con la suerte. En mi caso se relaciona con una inquietud temprana”

Al leer esto, muchos pensarán: ¡Qué suerte!; ¡Este pibe sí que la pegó!, ¡Tiene un don! En realidad, su experiencia está muy lejos de eso. Martín empezó a pintar por rebeldía con sus amigos del barrio y desde muy chico, ese hobby latente durante toda la vida, tuvo su estallido. Llegó un momento en el que no pudo negar que su atracción por lo artístico era más fuerte que cualquier otra cosa. Eso, y la suma de decisiones que fue tomando, hicieron que hoy pueda exhibir sus murales en Argentina y en otros países; y no solo eso, sino también que las personas se sientan atraídas por su arte, se lo apropien y lo compartan.

“Estoy agradecido, porque vivenciar el camino equivocado me dio fuerzas para darme cuenta de qué era lo que no quería”.

Las redes sociales ayudaron mucho, porque cuando Martín comenzó, allá por el 2004, el furor de Facebook no era lo que es hoy. El contexto cambió muchísimo desde entonces, pero algo se mantuvo siempre vigente, el deseo y el tiempo que dedicó a su proyecto. “No creo que si alguien se destaca en algo tenga que ver con un don o con la suerte. En mi caso se relaciona con una inquietud temprana”. Nos cuenta.

A los 8 años dibujaba mejor que la media, le gustaba, le dedicaba tiempo y la misma inquietud lo iba empujando a más. Su relato es inspirador, porque nos hace pensar que todos tenemos la capacidad de ir detrás de deseos y oportunidades que nos pueden cambiar la vida. Será cuestión de ver las señales que se presentan en el camino.

“Cuando era chico pintaba con mis amigos en las calles de Caseros, los vecinos veían los murales y se sorprendían. Después me empecé a dar cuenta de que esas imágenes quedaban en el espacio público por años, y las personas poco a poco me fueron identificando como Martín, el que pinta. Algunos les sacaban fotos a mis punturas, las subían a las redes y así se difundían cada vez más”. Por ese entonces, daba clases de plástica infantil en la Casa de la Cultura de la Municipalidad de Tres de Febrero, además de trabajar part-time en un estudio contable mientras cursaba la carrera de Ciencias Económicas. “Estoy agradecido, porque vivenciar el camino equivocado me dio fuerzas para darme cuenta de qué era lo que no quería”.

A veces no sabemos a dónde queremos llegar, pero sí sabemos qué no queremos y eso ya es una señal. “Uno va haciendo camino al andar. Empieza a decir esto no es lo mío, ¿qué es lo mío?… entonces investigás otros universos y vas forjando el destino. Creo que a todos nos pasa. Recuerdo que en esa época no estaba contento con esto de trabajar y estudiar. Me di cuenta que tenía una mente más creativa y que encontraba muy bajo el techo de mi expansión en esas actividades. Además, quería manejar mis propios tiempos”. Así como algunas cosas se presentaban claramente, también estaban latentes el miedo y la cautela a medida que se lanzaba a la aventura de profesionalizar su arte, cuando tenía 28 años.

¿Cómo lo logró? “Confié y se dio”. Martín siempre se mantuvo en movimiento, conociendo a personas, expandiendo su circuito y, sobre todo, dedicándose full time. Al principio fue una transición hasta que se dio cuenta de que pasaba sus días maquinando y creando, viendo potenciales paredes y proyectos, “mirando el mundo como si fuera una pintura”. Ahora nos confiesa que no podría imaginarse como trabajaba antes y que “necesita timonear su propia nave”. Y sí que lo logró, los murales lo llevaron a conocer una gran diversidad de espacios, de países y personas… y si bien nos revela que “se puede viajar 12.000 km y encontrar las mismas experiencias o hallar lo más exótico a 5 metros de tu casa”, moverse y hacer lo que le gusta le cambiaron la vida.

Cada mural es una nueva conquista

Esto lo pone en jaque permanentemente, porque tiene que aprender cosas nuevas, generar un circuito, alimentarlo… en fin, hacer que las cosas sucedan. “No considero haber llegado a un lugar todavía. Siempre hay obstáculos, pero también nuevas herramientas”. Ahora planifica algunos viajes a Moscú donde sellará con su magia un complejo de edificios muy importante y un mural en un tanque de la planta de Fernet, en Tortuguitas. Aunque su objetivo es encontrar un camino de instrospección que le permita sentarse en su estudio, madurar propuestas y generar nuevas líneas de trabajo. “Para un artista que tiene que sobrevivir y ser autosuficiente en épocas de vaca flaca, lo más valioso es el tiempo para investigar y experimentar. Cuando cambian las reglas de juego, se pueden ver las cosas desde otro enfoque para hacer una nueva reflexión y ser un poco más crítico, algo así como resignificar y empezar de nuevo”.

Martín es como cualquiera de nosotros. Una persona que se aburre, que tiene miedos, que los enfrenta y que dedica tiempo y recursos a su proyecto. Su trabajo tiene matices, no es siempre perfecto, aunque nos confiesa que cada vez que termina una obra y ésta supera sus expectativas, la sensación se parece mucho a la perfección. “Cuando experimentamos, nos puede pasar de todo. A veces los intentos se frustran y uno tiene que aceptarlo. Otras veces le encontrás la vuelta y es muy gratificante”. Lo importante es animarse y no quedarse pensando en qué podría haber pasado.

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